Permite deshacer un cadáver de forma ecológica en tres horas.
A su muerte, a finales de diciembre, con 90 años recién cumplidos, el arzobispo Desmond Tutu se había convertido en un héroe del antiapartheid, un líder religioso y un firme defensor de la protección del medio ambiente, una voz oída y respetada en medio mundo. Más allá de por quién era o qué hizo, su fallecimiento fue noticia también por cómo decidió Tutu despedirse de este mundo.
En vez de un entierro convencional, con su cuerpo reposando en una tumba, bajo tierra, o una cremación al uso, con fuego, el arzobispo decidió que su cadáver se sometiese a un proceso de “acuamación”, la también conocida —y esta es la forma recomendada por la Fundéu y la RAE— “cremación con agua”, una alternativa que sus defensores defienden como más ecológica.
¿Qué es exactamente? A grandes rasgos —y como deja ver ya su propio nombre—, la «acuamación» consiste en deshacer los restos del difunto con agua en vez de llamas. El cuerpo se sumerge en un cilindro de metal presurizado, hermético y lleno de una solución líquida de agua y productos químicos alcalinos, que se calienta a una temperatura que oscila entre 90 y 150 ºC. Uno de las «ingredientes» que suelen emplearse es el hidróxido de potasio. Con el paso de las horas los enlaces entre las sustancias químicas del cuerpo se rompen en un proceso denominado hidrólisis y la materia orgánica acaba licuándose. Todo salvo los huesos, que más tarde se procesan y reducen a polvo. Una vez preparados, los restos se depositan en una urna y entregan a la familia del fallecido.
Además de calor, agua y químicos, en ocasiones el proceso requiere también de presión y agitación. “La descomposición que ocurre en la hidrólisis alcalina es la misma que durante el enterramiento, solo que acelerada de forma considerable por los químicos”, concreta la Asociación de Cremación de América del Norte (CANA). El líquido resultante, el efluente, es estéril y contiene sales, azúcares, aminoácidos y péptidos. “No queda ni tejido ni ADN cuando se completa el proceso”, aclara la asociación, que explica que el efluente se elimina junto al resto de aguas residuales.
La cámara presurizada que se usa en el proceso contiene alrededor de 450 litros, aunque —como detalla CANA— el volumen depende en gran medida del sexo, la masa corporal y el peso del difunto. El proceso completo dura entre tres y 16 horas. La institución norteamericana defiende que el efluente es “mucho más limpio que la mayoría” de las aguas del sistema de recogida de residuos y se elimina cumpliendo la normativa que se aplica en cada región. “En algunos casos, el agua se desvía y se usa como fertilizando debido al contenido de potasio y sodio”, abunda.
No es la única ventaja que destacan sus defensores. La compañía estadounidense Bio-Response Solutions, especializada en “acuamación”, asegura que a lo largo del proceso se utiliza “un 90% menos de energía que la cremación con llamas”, y añade: “No emite gases de efecto invernadero nocivos”. Resomation, otra firma del sector, con sede en el Reino Unido, estima que a lo largo del proceso se utiliza cinco veces menos energía que el fuego y que el sistema permite reducir las emisiones de gases nocivos para la atmósfera de un funeral en cerca de un 35%.
En cuanto al fallecido, CANA asegura que al finalizar el tratamiento se obtiene un 32% más de restos cremados que con la incineración. El ser una alternativa verde fue, de hecho, lo que llevó a Desmond Tutu a decantarse por un proceso que todavía no está regulado en algunos países. “Era a lo que aspiraba como activista del ecologismo que era”, llegó a detallar su amigo Michael Weeder.
A pesar de que los orígenes de la cremación con agua se remontan a finales del siglo XIX, cuando Amos Herbert Hanson la desarrolló mientras buscaba una forma de lograr fertilizante a partir de cadáveres de animales, su implantación a nivel comercial entre humanos es reciente.
CANA detalla que no se utilizó en la industria funeraria hasta 2011, cuando lo estrenaron Ohio y Florida. A día de hoy, habría aún estados de EE. UU. en los que el sistema se sigue evaluando. Países como Reino Unido, Canadá u Holanda la han ido legalizando también con el paso de los años. En España, sin embargo, la legislación aún no permite adoptar la técnica.
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