La moneda única se cambia por 1,02 billetes verdes mientras gana terreno la idea de que el BCE no subirá tipos tan rápido para salvaguardar el crecimiento
La posibilidad de que un dólar y un euro valgan exactamente lo mismo se acerca. La moneda única sufría este martes nuevas caídas y se cambiaba por 1,025 billetes verdes en el mercado de divisas, un nivel nunca visto en los últimos 20 años, concretamente desde diciembre de 2002. Los inversores entienden que la debilidad de los últimos datos económicos, y el riesgo de que futuros cortes en el suministro de gas ruso causen problemas adicionales empujarán al Banco Central Europeo a ir más lento en la subida de tipos de interés ante el temor de que esta provoque una recesión. De confirmarse esa tesis, eso supondría una depreciación del euro frente al dólar, dado que la Reserva Federal está llevando a cabo una política monetaria mucho más agresiva para contener la inflación.
La tendencia es clara. El euro pierde un 9% en lo que va de año y un 13% en los últimos doce meses. Pero nadie da por hecho que la corrección haya concluido. Bastarían dos sesiones con caídas de la divisa europea similares a la de este martes —del 1,5%— para que se alcanzara la paridad euro-dólar. Y muchos analistas vaticinan que es inevitable. “La evolución de tipos de interés en EE UU frente a la zona euro seguirá atrayendo flujos de capital a la zona dólar”, opina Ignacio de la Torre, economista jefe de Arcano Partners. Esto es así porque la Reserva Federal estadounidense (Fed) está encareciendo el precio del dinero a más velocidad, lo que hace que se puedan obtener mayores remuneraciones y convierten al dólar en un refugio en tiempos de incertidumbre.
La presidenta del BCE, Christine Lagarde, lleva meses inmersa en un dilema: subir tipos con fuerza para frenar la asfixiante inflación —del 8,6% en junio en los Diecinueve—, aun a costa de que eso tensione las primas de riesgo de los países del Sur y desbarate la recuperación, o ir más lenta pese al riesgo de que la economía entre en una espiral de subidas de precios y salarios de la que no es sencillo salir.
Esa decisión, que la coloca entre la espada y la pared, afecta a un sinfín de variables. Si Lagarde opta por apartarse de la senda de la Fed y acometer una subida de solo 25 puntos básicos en julio para proteger el crecimiento, el euro seguirá debilitándose. Esto tiene algunas ventajas a primera vista: los exportadores europeos son más competitivos porque venden sus productos más baratos que otros rivales sin que eso golpee sus márgenes, las multinacionales europeas que repatrian beneficios o reciben dividendos de sus filiales extranjeras obtienen más euros por las mismas ventas, y los países del euro que reciben turistas extracomunitarios se vuelven más atractivos porque sus hoteles, restaurantes y tiendas son más económicas.
La moneda tiene otra cara. Con un euro débil, los viajeros europeos que elijan EE UU como destino tendrán que rascarse el bolsillo más de lo habitual porque les darán menos dólares por sus euros. Pero sobre todo se notará en las arcas públicas al comprar la energía, que mayoritariamente se paga en dólares, lo que la vuelve más cara en un entorno en el que los precios del petróleo y el gas ya están de por sí disparados. España, muy dependiente de las importaciones energéticas, sufre esa realidad, pero Alemania es la víctima que más ruido ha desatado en las últimas horas: la locomotora europea anunció este lunes que sufrió en mayo su primer déficit comercial desde la reunificación debido a que su potente maquinaria exportadora no está siendo capaz de compensar el aumento de la factura energética.
Cuatro meses y medio de guerra en Ucrania han bastado para poner fin a más de tres décadas de superávits comerciales alemanes. Su dependencia del gas ruso está obligando al país germano a replantearse su modelo, hasta el punto de que ha vuelto a quemar carbón para asegurarse el suministro, pese a que los ecologistas están al mando del Ministerio de Economía y Clima. Ni siquiera un euro por los suelos, en otros tiempos un festín para una economía que bombea coches a todo el planeta, está siendo suficiente esta vez.
Para Natalia Aguirre, directora de Análisis y Estrategia de Renta 4, no es descartable que el BCE trate de revertir el desplome de la moneda. “Es posible que esta debilidad del euro se traduzca en algún momento en algún tipo de intervención verbal en tanto en cuanto la depreciación de la divisa europea supone una presión adicional para la inflación, el gran problema actual de las economías y los bancos centrales”.
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